domingo, 3 de octubre de 2010

Cruces de fronteras


Cuando un canario llega a Asunción, capital de Paraguay, siente una extraña familiaridad, tal y como le ocurre al recorrer ciertas calles de Cochabamba, en Bolivia. De algún modo es el mismo eclecticismo feísta, ese descuido de los bienes patrimoniales, el rastro tenue de la historia sobre los edificios, los escasos lugares de reposo a lo largo de calles y calles impersonales. Compartimos una historia común con America Latina. Y en consecuencia, también una estética.





Sin embargo, no resulta difícil apreciar que Asunción, al igual que Las Palmas de Gran Canaria, igual que Cochabamba, han sido construidas sobre enclaves privilegiados por la naturaleza. El colono por su parte, no ha tenido reparos en dilapidar los encantos del paraje o de la arquitectura tradicional, vendiendo y revendiendo su suelo y levantando edificios de más y más plantas a lo largo del tiempo.



Al pasear por el centro de Asunción uno no deja de tener la sospecha de que alguna de las calles le va a conducir directamente al Parque Santa Catalina, en Las Palmas.



Ciudad fronteriza con Argentina, el contorno de Asunción está determinado por los meandros del río Paraguay, que la bordea por el este. En Paraguay, según nos cuentan, el 80% de la población habla guaraní, la lengua de los habitantes originarios, aunque, como en toda América, las comunidades indígenas viven en la pobreza y la exclusión.
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En Asunción no hay demasiadas cosas que hacer fuera del tiempo de trabajo: comer carne en las churrasquerías, visitar el Centro Cultural Juan de Salazar, con su hermosa biblioteca, comprar Empanadillas Don Vito, buscar libros de Augusto Roa Bastos o música de Agustín Barrios Mangoré, aquella que tocaba el viejo Pake bajo mi balcón con su guitarra, o de arpas paraguayas, las arpas maravillosas del Paraguay, Pájaro Chogüý, Recuerdos de Ypacaraí... Nos habían dicho: "si van a Asunción, no dejen de ir a las Cataratas del Iguazú, sería un pecado ir a Asunción y no ver las Cataratas", como si estuvieran ahí, a un tiro de piedra. Luego nos enteramos de que las cataratas estaban a siete horas en guagua, más o menos. Quiso la suerte que el miércoles 29 fuera fiesta nacional, conmemoración de la victoria paraguaya en la Guerra del Chaco contra Bolivia en los años 30. Un conflicto absurdo azuzado por las multinacionales del petróleo en litigio por una región que luego se demostraría carente de riquezas petroleras. Aprovechando esta circunstancia sacamos nuestros billetes de guagua y, a media noche, partimos rumbo a la frontera con Brasil. Antes de cruzar el río que hace de frontera, uno pasa por Ciudad del Este, la segunda ciudad paraguaya y "puerto franco" donde los productos están exentos de impuestos. Ciudad del Este abastece el mercado negro de Sao Paulo y el trasiego de gente que cruza la "triple frontera" entre Paraguay, Argentina y Brasil, es constante.




De Ciudad del Este uno pasa a la ciudad de Foz de Iguazú, en el lado brasileño. Y de ahí hay que tomar otra guagua que finalmente te lleva al Parque Nacional, paraiso na terra: