miércoles, 25 de noviembre de 2009

Bajo el árbol

En la plaza Murillo hay algunos árboles. Ayer a medio día volvíamos del Museo de Etnografía y Folclore, situado un poco más arriba, en Ingavi con Jenaro Sanjinés. Pasamos por el Museo Nacional, donde compramos un póster que reproduce una pintura de Lorgio Vaca, titulada Manifestación Popular. A esa hora la calle Comercio está bastante tranquila. Es por la tarde noche cuando se llena de vendedores y puestos y hace verdadero honor a su nombre. Entrando en la plaza vimos que había una multitud frente al Palacio Presidencial. La semana que viene son las elecciones y todos los colectivos -todos- gastan sus últimos cartuchos (a veces, literalmente, porque aquí gustan mucho de la traca y el petardo para dar énfasis a las reivindicaciones) para reclamar al gobierno que resuelva sus problemas, ante una presumible mayor predisposición de los gobernantes por la presión electoral. Desde que estoy aquí he visto muchas marchas por las calles de la ciudad: transportistas por la mejora de las carreteras, mineros por la mejora de sus condiciones, artesanos por la mejora de su economía y, la última, vendedores de belenes en protesta por el desalojo de sus puestos en estas fechas señeras que se avecinan. Aquí se protesta mucho, se cortan las calles, se colapsa el tráfico, ya de por sí bastante denso. Los que no se manifiestan odian a los manifestantes, que les hacen llegar tarde al trabajo. En cualquier caso, esa insistencia de las manifestaciones tiene una razón de ser muy específica: la inexpresable desidia que aquí lo invade todo. No es mala intención ni falta de ganas. Es algo más, inexplicable, algo que aún no alcanzo a comprender, acaso una forma de ser, una forma de vivir. Aquí, para que algo se lleve a buen puerto, es necesario insistir, insistir, insistir. Un decreto puede estar ya elaborado y aprobado, pero la firma del presidente puede tardar años. Entonces se sale a la calle, se grita, se lanzan petardos, se insiste, se le recuerda al presidente que tiene que firmar. Entonces el presidente firma y ya.
Había fotógrafos y unidades móviles de algunos canales televisivos. Nos acercamos a una de las personas reunidas frente al Palacio Presidencial, mirando al balcón. Unos pocos policías formaban una simbólica barrera ante la multitud. Había entre los manifestantes algunas mujeres vestidas con el hiyab y hombres con pañuelos palestinos, que portaban pancartas en árabe. Le pregunté a esta persona cuál era el motivo de la manifestación. "No es una manifestación", me dijo, "es un acto de bienvenida al presidente de Irán". Claro, debí imaginármelo. Estaba enterado por Telesur de su visita a la región. El día anterior el hombre había estado con Lula en Brasil y hoy le tocaba Bolivia, antes de partir rumbo a Venezuela, su gran aliada: Mahmud, el malvado, el político más denostado por las fuerzas del Bien (junto a Chávez, claro), de visita en el país. Me pareció que la ocasión merecía que me quedara junto al Comité Cívico Popular de La Paz (ese era el nombre del grupo reunido) para darle la bienvenida a Mahmud. Esperamos un rato. Uno hombres salieron al balcón del Palacio Presidencial y colgaron un televisor desde el cual se podía seguir lo que pasaba dentro. Desde fuera, los del Comité, con un altavoz, gritaban consignas: "¡Bolivia, Irán, un solo corazón, Bolivia, Irán, un solo corazón!" y responsorios: "¡Viva la libertad de los pueblos!"-"¡Viva!" "¡Que mueran los imperialistas yanquis!"-"¡Mueran!" "¡Patria o muerte!"- "¡Venceremos!" (y un rezagado en la respuesta: "Venceremos pues"). Pero Mahmud, el malévolo, no salía. Como no habíamos almorzado, bajamos unas calles para comernos un par de salteñas. ¿Qué son las salteñas? Las salteñas son una delicia, y estamos viciados con las salteñas. Algún día hablaré de las salteñas in extenso.


Después de las salteñas, volvimos frente al Palacio Presidencial, a ver si ya había salido Mahmud. El Comité Cívico Popular de La Paz seguía allí, fiel, y Mahmud, al parecer, seguía dentro. Al cabo de un rato, me quedé solo con ellos. Eran hombres y mujeres obstinados. De tanto en tanto, volvían a arremeter con sus cánticos. Las consignas eran similares, pero había alguna modificación: "¡Viva el Presidente Evo Morales!"-"¡Viva!" "¡Viva Mahmud!"-"¡Viva!" o el más insólito: "¡Evo, Mahmud, un solo corazón!" El cielo amenazaba tormenta. Yo tenía cuarenta minutos antes de empezar a trabajar, y decidí esperar. Al fin y al cabo, no se tiene la oportunidad de ver al maligno Mahmud, el presidente más diabólico del mundo, después del norcoreano, todos los días. El altavoz pasaba de mano en mano. De vez en cuando llegaba a los hermanos islámicos de la primera fila, que gritaban "¡Allahu Akbar!" y otras voces tradicionales en sus manifestaciones reivindicativas, pero yo sólo reconocía esta. Si mal no recuerdo, creo que en algún momento un boliviano también tomó el megáfono y exclamó "¡Allahu Akbar, Allahu Akbar!" en gesto solidario.


Finalmente rompió a llover y a tronar, de forma tenue primero, con más contundencia después. Uno de los principales voceros del comité, Rodríguez le decían, irrumpió: "¡Aunque se caiga el cielo nadie se mueve de aquí!" El resto empezó a reírse. Otro, que atendía al nombre de Santos¨y que también solía hacer uso del megáfono, apostilló: "¡Esto es una bendición de la Pachamama!" Yo me refugié bajo un árbol que había unos metro más atrás, pero lo cierto es que la lluvia se colaba. Un nutrido grupo se apretó conmigo bajo la modesta copa del árbol. También algunos fotógrafos se guarecieron. Desde luego no había sitio para todo el mundo. Rodríguez, Santos y algunos más, aguerridos, permanecieron bajo la bendición de la Pachamama. Otro delante mía empezó a cantarles: "¡Rodríguez, Santos, un solo corazón!" Del balcón presidencial salieron y se llevaron el televisor antes de que se estropeara bajo la lluvia. Habíamos visto a Mahmud, el terrible, firmando unos documentos junto a Evo. Rodríguez bramaba: "¡Compañeros: el Presidente de Irán a venido a firmar unos convenios por cientos de millones de dólares con el pueblo de Bolivia, en materia petroquímica, en materia de agricultura, también va a aportar para la construcción de unos hospitales en El Alto! ¡Jallalla el Presidente Mahmud!"- "¡Jallalla!" respondía el resto. Pero después de que quitaran el televisor, no volvimos a ver a Mahmud. Llovía duro, pero de pronto paró. El grupo volvió a adelantarse. Yo le compré un paraguas a una señora que pasaba por allí vendiéndolos. Habían pasado cuarenta minutos y debía irme a trabajar. Con gran pena, dejé allí a los miembros del Comité Cívico Popular de La Paz, que siguieron esperando a Mahmud, y me encaminé con mi paraguas, rumbo a la calle Camacho, para después bajar por la Federico Zuazo hasta Reyes Ortiz.


1 comentario:

  1. insensato! refugiarse bajo un árbol cuando hay tormenta! No sabes donde caen primero los rayos? Si Mahmud hubiese salido habría caido alguno.

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