lunes, 22 de noviembre de 2010

Titicaca

Cuenta la leyenda que el imperio Inca nació en una isla del lago Titicaca, cuando Manco Kapac y Mama Ocllo, padres fundadores, hijos del Sol, surgieron de las aguas. El lugar exacto se conoce como Isla del Sol, y se llega a ella después de una travesía de dos horas en embarcación desde el pueblo de Copacabana, en la orilla sur del lago. Hace un par de semanas fuimos a pasar unos días en esta isla, visita pendiente desde que llegamos a Bolivia. La última excursión del año. Pernoctamos en Challapampa, una comunidad aymara al norte de la isla. Conocimos las antiguas ruinas y fuimos testigos del modo de vida de sus habitantes, pequeños agricultores y ganaderos.

Atardecer en el embarcadero de Copacabana

Desde la falúa, la Isla del Sol al fondo


Árbol en medio del lago


La Isla de la Luna


Playa en la comunidad Challapampa


Infancia feliz


La roca desde donde surgieron Manco Kapac y Mama Ocllo


Gabriela en el Laberinto


Atardecer en Challapampa. Olas del Titicaca


Vista desde Yumani, al sur de la isla

Hemos sobrepasado el año. Algo de bolivianos debemos de tener ya pues.

domingo, 3 de octubre de 2010

Cruces de fronteras


Cuando un canario llega a Asunción, capital de Paraguay, siente una extraña familiaridad, tal y como le ocurre al recorrer ciertas calles de Cochabamba, en Bolivia. De algún modo es el mismo eclecticismo feísta, ese descuido de los bienes patrimoniales, el rastro tenue de la historia sobre los edificios, los escasos lugares de reposo a lo largo de calles y calles impersonales. Compartimos una historia común con America Latina. Y en consecuencia, también una estética.





Sin embargo, no resulta difícil apreciar que Asunción, al igual que Las Palmas de Gran Canaria, igual que Cochabamba, han sido construidas sobre enclaves privilegiados por la naturaleza. El colono por su parte, no ha tenido reparos en dilapidar los encantos del paraje o de la arquitectura tradicional, vendiendo y revendiendo su suelo y levantando edificios de más y más plantas a lo largo del tiempo.



Al pasear por el centro de Asunción uno no deja de tener la sospecha de que alguna de las calles le va a conducir directamente al Parque Santa Catalina, en Las Palmas.



Ciudad fronteriza con Argentina, el contorno de Asunción está determinado por los meandros del río Paraguay, que la bordea por el este. En Paraguay, según nos cuentan, el 80% de la población habla guaraní, la lengua de los habitantes originarios, aunque, como en toda América, las comunidades indígenas viven en la pobreza y la exclusión.
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En Asunción no hay demasiadas cosas que hacer fuera del tiempo de trabajo: comer carne en las churrasquerías, visitar el Centro Cultural Juan de Salazar, con su hermosa biblioteca, comprar Empanadillas Don Vito, buscar libros de Augusto Roa Bastos o música de Agustín Barrios Mangoré, aquella que tocaba el viejo Pake bajo mi balcón con su guitarra, o de arpas paraguayas, las arpas maravillosas del Paraguay, Pájaro Chogüý, Recuerdos de Ypacaraí... Nos habían dicho: "si van a Asunción, no dejen de ir a las Cataratas del Iguazú, sería un pecado ir a Asunción y no ver las Cataratas", como si estuvieran ahí, a un tiro de piedra. Luego nos enteramos de que las cataratas estaban a siete horas en guagua, más o menos. Quiso la suerte que el miércoles 29 fuera fiesta nacional, conmemoración de la victoria paraguaya en la Guerra del Chaco contra Bolivia en los años 30. Un conflicto absurdo azuzado por las multinacionales del petróleo en litigio por una región que luego se demostraría carente de riquezas petroleras. Aprovechando esta circunstancia sacamos nuestros billetes de guagua y, a media noche, partimos rumbo a la frontera con Brasil. Antes de cruzar el río que hace de frontera, uno pasa por Ciudad del Este, la segunda ciudad paraguaya y "puerto franco" donde los productos están exentos de impuestos. Ciudad del Este abastece el mercado negro de Sao Paulo y el trasiego de gente que cruza la "triple frontera" entre Paraguay, Argentina y Brasil, es constante.




De Ciudad del Este uno pasa a la ciudad de Foz de Iguazú, en el lado brasileño. Y de ahí hay que tomar otra guagua que finalmente te lleva al Parque Nacional, paraiso na terra:








martes, 21 de septiembre de 2010

viernes, 10 de septiembre de 2010

Un año

Estos días se cumple un año desde que llegué a La Paz. Ahora que parece que nos vamos a quedar al menos un año más en esta ciudad, se me ocurre que es un buen momento para conmemorar los doce meses en la capital del Altiplano con una serie de imágenes recientes y no tan recientes de sus calles y sus gentes. Es curioso como somos capaces de desarrollar la familiaridad en lugares tan dispares. Yo, que siempre fui marinero, no podía imaginarme que esta tierra seca, a casi 4000 metros de altitud, se iba a convertir en mi casa, que iba a desarrollar aquí las mismas inercias cotidianas que en cualquier otra de las ciudades donde he vivido antes.



Y sin embargo la llegada, hace ahora un año, fue desconcertante. No sabía si aguantaría más allá de las navidades. El humo, el caos, las cuestas, la falta de oxígeno, alguna que otra intoxicación alimenticia... la clásica pregunta ¿qué coño estoy haciendo aquí? me asaltó con frecuencia durante los primeros días en que pernoctaba en el Hotel Gloria, calle Potosí, esquina Jenaro Sanginés, y también posteriormente cuando encontré un apartamento en el piso 11 del Edificio Da Vinci, ya en mi Sopocachi querido. La elegancia del Da Vinci.


Desde el Da Vinci teníamos unas hermosas vistas del Illimani, la montaña que, desde sus más de 6000 metros, preside Chuquiago, nombre original de La Paz.

Aunque desde criterios europeos, el precio del alquiler de nuestro piso en el Da Vinci era muy barato dadas las condiciones (350 dólares al mes), pronto nos dimos cuenta de que, con nuestros salarios bolivianos, no podíamos mantener esos niveles de elegancia y al mismo tiempo alimentarnos adecuadamente. Así pues, sin abandonar el barrio, nos trasladamos a un lugar considerablemente más modesto. Desde el parque del Montículo se disfruta de una bella vista hacia el sur de la ciudad, y también, desde otra perspectiva, mirando al norte, se puede ver la ventana de nuestro saloncito y, a su izquierda, la de nuestro dormitorio.


Sopocachi es el barrio donde nos hemos radicado. Supuestamente es el barrio "bohemio" de la ciudad, siempre según los parámetros paceños, que no tienen nada que ver con la bohemia en ninguna otra parte del mundo. Creo que es porque hay muchos bares de copas y algún que otro museo. En general es un lugar tranquilo y a la vez céntrico. Un refugio del tumulto y del caos del centro-centro. Intentaremos mantenernos por aquí en el futuro próximo.

Sopocachi, la nuit:


Y esta misma calle, Belisario Salinas, de día:


La calle Ecuador, eje vertebral de Sopocachi, cómo ha cambiado a mis ojos desde que la recorría temeroso en los primeros días, sin saber a dónde me conducirían sus meandros, hasta hoy:

En el recorrido a pie hasta el Conservatorio Nacional uno va enlazando calles cada vez más tumultuosas. Aquí la Landaeta, bajando a la Plaza del Estudiante. Al fondo, la Iglesia de María Auxiliadora en El Prado, junto al Hotel Plaza, según nos cuentan, la única en el mundo que no tiene ni una sola curva en todo su diseño arquitectónico:

La Plaza del Estudiante, con la estatua de Sucre, el Libertador, y más abajo el "monobloque" de la Universidad Mayor de San Andrés:

Me doy la vuelta y saco una foto de la Avenida 16 de Julio, El Prado, inusualmente despejada:

El Conservatorio Nacional de Música, en la calle Reyes Ortiz, nuestro segundo hogar en La Paz:

El casco viejo de La Paz, constituye un conjunto desigual de edificaciones restauradas y casas más o menos en ruinas, espaciadas por los edificios modernos que aquí, como en tantos sitios, no tienen estilísticamente nada que ver con nada de cuanto los rodea. Desde la azotea del Museo de Etnografía y Folclore se aprecia una buena vista de la Plaza Murillo, con el Palacio Quemado, sede del Congreso al frente y la Catedral a la derecha.

El MUSEF, en Ingavi con Jenaro Sanginés, luciendo su hermoso balcón canario:

La iglesia de Santo Domingo, en la calle Ingavi con Yanacocha:


La única calle enteramente conservada y mantenida de toda la ciudad es la calle Jaen, corazón del barrio viejo, donde se alza la casa del mártir contra la dominación española, Pedro Domingo Murillo, y unos cuantos museos:

Al fondo, la ladera que sube a El Alto. En primer plano, un edificio con un perrito asomado:

La misma calle, desde otro ángulo:

La Paz no es una ciudad turística. La única zona que concentra al turismo es el casco viejo, especialmente la calle Sagárnaga, al otro lado de la Avenida Montes. En la Sagárnaga se encuentra la mayoría de las tiendas de artesanías. La cruza la calle Linares, también llamada "Mercado de las Brujas". La calle Sagárnaga sube por el flanco izquierdo de la iglesia de San Francisco.

Más arriba, pasada la avenida Illampu, la calle Sagárnaga se vuelve más popular y menos turística conforme nos aproximamos a la calle Max Paredes y a los puestos del Mercado Rodríguez, del cual ya he hablado en alguna ocasión.


Clásica imagen del tráfico urbano paceño, en la esquina de Max Paredes con Sagárnaga:


El cableado paceño, imagen que condensa multiples significados sociales:


Las inmediaciones de "la Pérez", zona comercial (hay pocas zonas que se escapen a esta denominación) cerca de la Iglesia de San Francisco. Los itinerarios de Jaime Sáenz, uno de los principales escritores paceños del siglo pasado, aunque todavía tengo pendiente, sin perdón, la lectura de su "Felipe Delgado". Las ruinas de las casas antiguas, que no dejan hueco para nuevas construcciones, sino que permanecen caídas, acogiendo quién sabe cuántos espectros.
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Así hemos pasado un año en esta ciudad que ya se ha vuelto nuestra. Podría hablar de muchas otras cosas aquí, cosas importantes, pero prefiero terminar ya, con una foto tomada por María Ribes en una esquina cualquiera de la Avenida Mariscal Santa Cruz:


domingo, 11 de julio de 2010

Viaje al Oriente

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Recientemente un amigo me hacía la obsevación, atinada y amable, de que este blog se iba pareciendo peligrosamente a una guía de Bolivia, y corría el riesgo de defraudar a aquellos que querían noticias frescas de la Revolución, que querían sentir el fragor de la batalla en mis palabras, que ansiaban emotivos relatos de heroísmo colectivo y redención de los desheredados. O incluso a aquellos que nomás querían saber qué se cuece en la política boliviana en estos tiempos revueltos y fecundos. A todos ellos he de responderles que ninguna noticia de esas hallarán en este blog. La política en este país es un asunto muy complicado como para andarlo despachando así como así en cuatro líneas. La política en Bolivia se ve bastante distinta a como se ve desde fuera de Bolivia. Sólo diré una cosa, para tranquilizar al personal: ¡Viva Evo, Jallalla Bolivia!

Dicho esto, pasaré a comentar el reciente viaje que nos ha llevado a conocer el Oriente del país. El feudo de la contrarrevolución, el bastión de la derecha separatista, el Oriente rico y petrolero, el departamento de Santa Cruz. Más de sesenta horas de viaje en guaguas prehistóricas por carreteras polvorientas, llenas de baches, atravesando poblados y antiguas misiones jesuíticas, hablando con este y con aquel, conociendo el terreno, buscando los orígenes de la ciudad de Santa Cruz, indagando acerca de viejos legajos de partituras barrocas, esperando la guagua, viendo vacas, apreciando las vastas extensiones de tierras acaparadas por las comunidades menonitas que se han instalado en la región. Ah, los menonitas, con su peto y su sombrero de paja, escondidos del mundanal ruido en sus comunidades aisladas, cultivando semillas de Monsanto; el polémico asunto de los menonitas, productores del 90% de la soya que produce el país. ¿Qué sabemos de los menonitas?


Menonita


En realidad, nuestro objetivo era visitar la Chiquitanía, la zona donde estuvieron ejerciendo los jesuitas entre 1572 y 1767, año en que fueron expulsados. Durante ese periodo, los religiosos protegieron a las comunidades indígenas de la región frente al esclavismo despiadado de los conquistadores y les enseñaron distintos oficios. Entre ellos, les enseñaron a componer música en el estilo italiano de la época y a tocar instrumentos de cuerda frotada. Todavía hoy, en la provincia de Guarayos, se mantiene la tradición de la luthería y a lo largo de toda la Chiquitanía existen escuelas de música que integran un sistema de enseñanza de inspiración venezolana, enseñando a muchos niños y niñas de escasos recursos. El repertorio que usan como base está compuesto por las sonatas chiquitanas para dos violines y bajo que se conservan hasta hoy día, amorosamente editadas por el sacerdote polaco Piotr Nawrot.


Aunque no se aprecie bien, la foto muestra una escultura en la plaza principal de San Ignacio de Velasco que representa en su base a unos indígenas trabajando la madera y cazando, y en el nivel superior, al jesuita que guía a través de las tinieblas a un niño indio que toca el violín.


Salimos de Santa Cruz rumbo a San José. Cinco horas por carreteras a medio construir, carreteras de ensueño, carreteras que llevaban al interior. A nuestro alrededor se extendía el bosque seco, la vegetación preamazónica característica de la región. Desde un primer momento, vimos muchos menonitas por el camino, en sus carros tirados por caballos, germánicos, rubísimos y misteriosos. San José tiene el único templo construido íntegramente de piedra. Todas los pueblos misionales presentan el mismo esquema: una enorme plaza cuadrada y una iglesia. Más allá de la plaza, las casas de los habitantes del pueblo, en calles sin asfaltar. La Chiquitanía ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO y cuenta con fondos para el mantenimiento y la restauración de sus monumentos.




San José


En San José conocimos a un francés que regentaba una pizzería. El francés nos recomendó que nos desviáramos de la ruta tradicional y que optáramos por seguir rumbo este hacia Santiago de Chiquitos, un pueblo pequeño y apartado. No teníamos un plan preconcebido, así que aceptamos la sugerencia. La carretera entre San José y Roboré, el principal núcleo urbano de la zona, era una señora carretera y estaba perfectamente asfaltada, cosa que nos extrañó, dado que la conexión entre la ciudad de Santa Cruz y San José era poco más que un camino de cabras . Luego nos explicaron que se trata de la carretera bioceánica que pretende comunicar comercialmente a Brasil con China, por el Pacífico y que los tramos terminados son los tramos hechos por Brasil y por China, mientras que el tramo "incompleto" corresponde a la factura boliviana. Llegamos a Roboré cuando ya anochecía y tuvimos que tomar un taxi que nos llevara a Santigo, pues ya no quedaba otra movilidad. La carretera a Santiago era tenebrosa, de tierra, y el taxista nos confesó que se contaban historias de terror sobre sucesos inexplicables en aquel camino. Nos aseguró que de ser más tarde no nos habría llevado. Llegamos a la plaza del pueblo en la oscuridad. Unas amables señoras nos indicaron dónde podíamos conseguir alojamiento.


Santiago

Santigo es un hermoso lugar donde los burros duermen al frescor del suelo de la plaza al anochecer, un lugar donde vimos tucanes y pájaros carpinteros y donde conocimos a algún que otro menonita. Un lugar ideal para retirarse a vivir en paz una temporada.

Burros

Después de pasar una noche y una mañana en Santiago, volvimos a San José, tras una larga espera ya que no había transportes. Santiago-Roboré, Roboré-San José. Esperar. Aprendimos a esperar, manteniendo el deseo a raya. Nuevas concepciones del tiempo, orientales, largos desplazamientos, esperas eternas, nada que hacer más que esperar, subir a la guagua y partir, sin saber la hora de llegada.

La Perla del Oriente, en San José, antes de partir rumbo a San Rafael.

La carretera oriental es un lugar metafísico: una línea recta de tierra roja en medio de la vegetación boscosa, algunas casas de madera y adobe, alguna que otra charca, vacas a su libre albedrío y un perro melancólico...

Carretera

Llegamos a San Rafael, la siguiente misión, también de noche. Siguiendo ya una pauta que se había mostrado eficaz, nos dirijimos a la plaza del pueblo y preguntamos por alojamiento. Un amable señor nos recibió en su hospedaje y nos confesó que él quería que el mundial lo ganara Alemania, por su gallardía, por ser "gente guapa" los alemanes. Él no era alemán, era camba puro, pero le gustaban los alemanes, por su historia gloriosa, nos dijo. Es de señalar que en el oriente boliviano abunda mucha más población de piel blanca que en el resto del país. Los rasgos indígenas están omnipresentes, es obvio, pero no son tan mayoritarios como en la zona del altiplano donde nosotros vivimos. El modo de vestir, incluso en los pueblos, es mucho más "occidental". La pobreza no es tan manifiesta tampoco, aunque nuestro amigo el misionero menonita nos dijo que sí que había innumerables pobres, que apenas tenían su pequeño pedazo de tierra para subsistir. Sea como sea, no terminé de entender las características socioeconómicas de la zona, más allá de la comprobación de la existencia de grandes latifundios dedicados sobre todo a la ganadería. Paradojas de la economía, la gente no comía carne, sino pollo. Siempre pollo. Pollo con arroz. Esa noche de llegada a San Rafael, sin embargo, nosotros optamos por el majadito de pato, una suerte de arroz caldoso con trozos de carne, acompañado de yuca guisada, servido en un chiringuito callejero junto a la plaza, y acompañado de cerveza "Colonia" de factura brasileña.

San Rafael

A las diez de la mañana siguiente salimos rumbo a San Ignacio de Velasco, la capital de la región y enclave conectado con el Mato Grosso brasileño por cinco horas de carretera. Carretera espiritual. Dos horas y media más tarde llegábamos a destino.

San Ignacio de Velasco

La pujanza económica de San Ignacio se notaba desde un primer momento. Desde el asfaltado de algunas calles (con su nombre debidamente indicado) hasta el precio de los alojamientos. En San Ignacio había un desarrollo de infraestructuras mucho mayor que el que habíamos visto hasta el momento. Alojados en el Hotel Palace, 140 bs. la habitación matrimonial con desayuno, pudimos disfrutar de la compañía del insecto hoja (Phyllium bioculatum). Yo esperaba encontrar en este viaje cucarachas gigantes, a miles. Sin embargo sólo vi unas pocas, la mayoría en la ciudad de Santa Cruz; muchos grillos, eso sí, que cantaban con enorme potencia en el estilo italiano de la época y varios ejemplares de este maravilloso animal, grande y verde como tú.


Bichito

Por la mañana tuvimos el privilegio de asistir al ensayo de la orquesta juvenil de San Ignacio, gracias a la gentileza de Dionisio, su director y profesor de violonchelo. Nos deleitaron, como no, con algunos movimientos de sonatas chiquitanas y con una pieza del folclore local. Después nos marchamos a esperar, una vez más, la guagua que habría de llevarnos, una vez más, a través de carreteras infinitas. Cinco horas y media separan San Ignacio de Concepción, el último enclave que visitaríamos antes de volver a Santa Cruz, paso previo al retorno a nuestro altiplano querido.

Concepción

Concepción, que así se llama también mi abuela, es sin duda la más turística de las antiguas misiones. La catedral está excelentemente conservada. Dispone de un museo misional y alberga los archivos musicales. Quisimos visitarlo y echarle un vistazo a las partituras originales. Sin embargo el encargado de la vigilancia no nos lo permitió. ¿Por qué? Porque no. Esto me indispuso un poco. Hasta ese momento, todo en nuestro viaje había sido sonrisas y amabilidad. La negativa y la mentalidad obstusa de aquel hombre me llenó de frustración. Para mitigar la pena, acudimos a la misa de las siete y media, donde un cura con acento germánico leyó su texto sin despegarse del papel, pidió al Señor más vocaciones sacerdotales y habló de servir a Dios y de algunas cosas más que no recuerdo. No consiguió conmoverme. Eso sí, en la Iglesia vimos una pequeña tarántula persignarse mientras avanzaba con paso decidido hacia el altar.

Concepción fue el último punto de nuestro viaje por la región. Tras otras seis horas de viaje, llegamos a Santa Cruz. Una noche más y regreso a La Paz.

Concepción: Pollo Moderno y Billar