domingo, 11 de julio de 2010

Viaje al Oriente

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Recientemente un amigo me hacía la obsevación, atinada y amable, de que este blog se iba pareciendo peligrosamente a una guía de Bolivia, y corría el riesgo de defraudar a aquellos que querían noticias frescas de la Revolución, que querían sentir el fragor de la batalla en mis palabras, que ansiaban emotivos relatos de heroísmo colectivo y redención de los desheredados. O incluso a aquellos que nomás querían saber qué se cuece en la política boliviana en estos tiempos revueltos y fecundos. A todos ellos he de responderles que ninguna noticia de esas hallarán en este blog. La política en este país es un asunto muy complicado como para andarlo despachando así como así en cuatro líneas. La política en Bolivia se ve bastante distinta a como se ve desde fuera de Bolivia. Sólo diré una cosa, para tranquilizar al personal: ¡Viva Evo, Jallalla Bolivia!

Dicho esto, pasaré a comentar el reciente viaje que nos ha llevado a conocer el Oriente del país. El feudo de la contrarrevolución, el bastión de la derecha separatista, el Oriente rico y petrolero, el departamento de Santa Cruz. Más de sesenta horas de viaje en guaguas prehistóricas por carreteras polvorientas, llenas de baches, atravesando poblados y antiguas misiones jesuíticas, hablando con este y con aquel, conociendo el terreno, buscando los orígenes de la ciudad de Santa Cruz, indagando acerca de viejos legajos de partituras barrocas, esperando la guagua, viendo vacas, apreciando las vastas extensiones de tierras acaparadas por las comunidades menonitas que se han instalado en la región. Ah, los menonitas, con su peto y su sombrero de paja, escondidos del mundanal ruido en sus comunidades aisladas, cultivando semillas de Monsanto; el polémico asunto de los menonitas, productores del 90% de la soya que produce el país. ¿Qué sabemos de los menonitas?


Menonita


En realidad, nuestro objetivo era visitar la Chiquitanía, la zona donde estuvieron ejerciendo los jesuitas entre 1572 y 1767, año en que fueron expulsados. Durante ese periodo, los religiosos protegieron a las comunidades indígenas de la región frente al esclavismo despiadado de los conquistadores y les enseñaron distintos oficios. Entre ellos, les enseñaron a componer música en el estilo italiano de la época y a tocar instrumentos de cuerda frotada. Todavía hoy, en la provincia de Guarayos, se mantiene la tradición de la luthería y a lo largo de toda la Chiquitanía existen escuelas de música que integran un sistema de enseñanza de inspiración venezolana, enseñando a muchos niños y niñas de escasos recursos. El repertorio que usan como base está compuesto por las sonatas chiquitanas para dos violines y bajo que se conservan hasta hoy día, amorosamente editadas por el sacerdote polaco Piotr Nawrot.


Aunque no se aprecie bien, la foto muestra una escultura en la plaza principal de San Ignacio de Velasco que representa en su base a unos indígenas trabajando la madera y cazando, y en el nivel superior, al jesuita que guía a través de las tinieblas a un niño indio que toca el violín.


Salimos de Santa Cruz rumbo a San José. Cinco horas por carreteras a medio construir, carreteras de ensueño, carreteras que llevaban al interior. A nuestro alrededor se extendía el bosque seco, la vegetación preamazónica característica de la región. Desde un primer momento, vimos muchos menonitas por el camino, en sus carros tirados por caballos, germánicos, rubísimos y misteriosos. San José tiene el único templo construido íntegramente de piedra. Todas los pueblos misionales presentan el mismo esquema: una enorme plaza cuadrada y una iglesia. Más allá de la plaza, las casas de los habitantes del pueblo, en calles sin asfaltar. La Chiquitanía ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO y cuenta con fondos para el mantenimiento y la restauración de sus monumentos.




San José


En San José conocimos a un francés que regentaba una pizzería. El francés nos recomendó que nos desviáramos de la ruta tradicional y que optáramos por seguir rumbo este hacia Santiago de Chiquitos, un pueblo pequeño y apartado. No teníamos un plan preconcebido, así que aceptamos la sugerencia. La carretera entre San José y Roboré, el principal núcleo urbano de la zona, era una señora carretera y estaba perfectamente asfaltada, cosa que nos extrañó, dado que la conexión entre la ciudad de Santa Cruz y San José era poco más que un camino de cabras . Luego nos explicaron que se trata de la carretera bioceánica que pretende comunicar comercialmente a Brasil con China, por el Pacífico y que los tramos terminados son los tramos hechos por Brasil y por China, mientras que el tramo "incompleto" corresponde a la factura boliviana. Llegamos a Roboré cuando ya anochecía y tuvimos que tomar un taxi que nos llevara a Santigo, pues ya no quedaba otra movilidad. La carretera a Santiago era tenebrosa, de tierra, y el taxista nos confesó que se contaban historias de terror sobre sucesos inexplicables en aquel camino. Nos aseguró que de ser más tarde no nos habría llevado. Llegamos a la plaza del pueblo en la oscuridad. Unas amables señoras nos indicaron dónde podíamos conseguir alojamiento.


Santiago

Santigo es un hermoso lugar donde los burros duermen al frescor del suelo de la plaza al anochecer, un lugar donde vimos tucanes y pájaros carpinteros y donde conocimos a algún que otro menonita. Un lugar ideal para retirarse a vivir en paz una temporada.

Burros

Después de pasar una noche y una mañana en Santiago, volvimos a San José, tras una larga espera ya que no había transportes. Santiago-Roboré, Roboré-San José. Esperar. Aprendimos a esperar, manteniendo el deseo a raya. Nuevas concepciones del tiempo, orientales, largos desplazamientos, esperas eternas, nada que hacer más que esperar, subir a la guagua y partir, sin saber la hora de llegada.

La Perla del Oriente, en San José, antes de partir rumbo a San Rafael.

La carretera oriental es un lugar metafísico: una línea recta de tierra roja en medio de la vegetación boscosa, algunas casas de madera y adobe, alguna que otra charca, vacas a su libre albedrío y un perro melancólico...

Carretera

Llegamos a San Rafael, la siguiente misión, también de noche. Siguiendo ya una pauta que se había mostrado eficaz, nos dirijimos a la plaza del pueblo y preguntamos por alojamiento. Un amable señor nos recibió en su hospedaje y nos confesó que él quería que el mundial lo ganara Alemania, por su gallardía, por ser "gente guapa" los alemanes. Él no era alemán, era camba puro, pero le gustaban los alemanes, por su historia gloriosa, nos dijo. Es de señalar que en el oriente boliviano abunda mucha más población de piel blanca que en el resto del país. Los rasgos indígenas están omnipresentes, es obvio, pero no son tan mayoritarios como en la zona del altiplano donde nosotros vivimos. El modo de vestir, incluso en los pueblos, es mucho más "occidental". La pobreza no es tan manifiesta tampoco, aunque nuestro amigo el misionero menonita nos dijo que sí que había innumerables pobres, que apenas tenían su pequeño pedazo de tierra para subsistir. Sea como sea, no terminé de entender las características socioeconómicas de la zona, más allá de la comprobación de la existencia de grandes latifundios dedicados sobre todo a la ganadería. Paradojas de la economía, la gente no comía carne, sino pollo. Siempre pollo. Pollo con arroz. Esa noche de llegada a San Rafael, sin embargo, nosotros optamos por el majadito de pato, una suerte de arroz caldoso con trozos de carne, acompañado de yuca guisada, servido en un chiringuito callejero junto a la plaza, y acompañado de cerveza "Colonia" de factura brasileña.

San Rafael

A las diez de la mañana siguiente salimos rumbo a San Ignacio de Velasco, la capital de la región y enclave conectado con el Mato Grosso brasileño por cinco horas de carretera. Carretera espiritual. Dos horas y media más tarde llegábamos a destino.

San Ignacio de Velasco

La pujanza económica de San Ignacio se notaba desde un primer momento. Desde el asfaltado de algunas calles (con su nombre debidamente indicado) hasta el precio de los alojamientos. En San Ignacio había un desarrollo de infraestructuras mucho mayor que el que habíamos visto hasta el momento. Alojados en el Hotel Palace, 140 bs. la habitación matrimonial con desayuno, pudimos disfrutar de la compañía del insecto hoja (Phyllium bioculatum). Yo esperaba encontrar en este viaje cucarachas gigantes, a miles. Sin embargo sólo vi unas pocas, la mayoría en la ciudad de Santa Cruz; muchos grillos, eso sí, que cantaban con enorme potencia en el estilo italiano de la época y varios ejemplares de este maravilloso animal, grande y verde como tú.


Bichito

Por la mañana tuvimos el privilegio de asistir al ensayo de la orquesta juvenil de San Ignacio, gracias a la gentileza de Dionisio, su director y profesor de violonchelo. Nos deleitaron, como no, con algunos movimientos de sonatas chiquitanas y con una pieza del folclore local. Después nos marchamos a esperar, una vez más, la guagua que habría de llevarnos, una vez más, a través de carreteras infinitas. Cinco horas y media separan San Ignacio de Concepción, el último enclave que visitaríamos antes de volver a Santa Cruz, paso previo al retorno a nuestro altiplano querido.

Concepción

Concepción, que así se llama también mi abuela, es sin duda la más turística de las antiguas misiones. La catedral está excelentemente conservada. Dispone de un museo misional y alberga los archivos musicales. Quisimos visitarlo y echarle un vistazo a las partituras originales. Sin embargo el encargado de la vigilancia no nos lo permitió. ¿Por qué? Porque no. Esto me indispuso un poco. Hasta ese momento, todo en nuestro viaje había sido sonrisas y amabilidad. La negativa y la mentalidad obstusa de aquel hombre me llenó de frustración. Para mitigar la pena, acudimos a la misa de las siete y media, donde un cura con acento germánico leyó su texto sin despegarse del papel, pidió al Señor más vocaciones sacerdotales y habló de servir a Dios y de algunas cosas más que no recuerdo. No consiguió conmoverme. Eso sí, en la Iglesia vimos una pequeña tarántula persignarse mientras avanzaba con paso decidido hacia el altar.

Concepción fue el último punto de nuestro viaje por la región. Tras otras seis horas de viaje, llegamos a Santa Cruz. Una noche más y regreso a La Paz.

Concepción: Pollo Moderno y Billar

3 comentarios:

  1. ¿Y estaba sabroso el pollo moderno?

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  2. el pollo moderno estaba exquisito

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  3. palanca, tío, eres un mostro, me molan tusis torias

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