viernes, 10 de septiembre de 2010

Un año

Estos días se cumple un año desde que llegué a La Paz. Ahora que parece que nos vamos a quedar al menos un año más en esta ciudad, se me ocurre que es un buen momento para conmemorar los doce meses en la capital del Altiplano con una serie de imágenes recientes y no tan recientes de sus calles y sus gentes. Es curioso como somos capaces de desarrollar la familiaridad en lugares tan dispares. Yo, que siempre fui marinero, no podía imaginarme que esta tierra seca, a casi 4000 metros de altitud, se iba a convertir en mi casa, que iba a desarrollar aquí las mismas inercias cotidianas que en cualquier otra de las ciudades donde he vivido antes.



Y sin embargo la llegada, hace ahora un año, fue desconcertante. No sabía si aguantaría más allá de las navidades. El humo, el caos, las cuestas, la falta de oxígeno, alguna que otra intoxicación alimenticia... la clásica pregunta ¿qué coño estoy haciendo aquí? me asaltó con frecuencia durante los primeros días en que pernoctaba en el Hotel Gloria, calle Potosí, esquina Jenaro Sanginés, y también posteriormente cuando encontré un apartamento en el piso 11 del Edificio Da Vinci, ya en mi Sopocachi querido. La elegancia del Da Vinci.


Desde el Da Vinci teníamos unas hermosas vistas del Illimani, la montaña que, desde sus más de 6000 metros, preside Chuquiago, nombre original de La Paz.

Aunque desde criterios europeos, el precio del alquiler de nuestro piso en el Da Vinci era muy barato dadas las condiciones (350 dólares al mes), pronto nos dimos cuenta de que, con nuestros salarios bolivianos, no podíamos mantener esos niveles de elegancia y al mismo tiempo alimentarnos adecuadamente. Así pues, sin abandonar el barrio, nos trasladamos a un lugar considerablemente más modesto. Desde el parque del Montículo se disfruta de una bella vista hacia el sur de la ciudad, y también, desde otra perspectiva, mirando al norte, se puede ver la ventana de nuestro saloncito y, a su izquierda, la de nuestro dormitorio.


Sopocachi es el barrio donde nos hemos radicado. Supuestamente es el barrio "bohemio" de la ciudad, siempre según los parámetros paceños, que no tienen nada que ver con la bohemia en ninguna otra parte del mundo. Creo que es porque hay muchos bares de copas y algún que otro museo. En general es un lugar tranquilo y a la vez céntrico. Un refugio del tumulto y del caos del centro-centro. Intentaremos mantenernos por aquí en el futuro próximo.

Sopocachi, la nuit:


Y esta misma calle, Belisario Salinas, de día:


La calle Ecuador, eje vertebral de Sopocachi, cómo ha cambiado a mis ojos desde que la recorría temeroso en los primeros días, sin saber a dónde me conducirían sus meandros, hasta hoy:

En el recorrido a pie hasta el Conservatorio Nacional uno va enlazando calles cada vez más tumultuosas. Aquí la Landaeta, bajando a la Plaza del Estudiante. Al fondo, la Iglesia de María Auxiliadora en El Prado, junto al Hotel Plaza, según nos cuentan, la única en el mundo que no tiene ni una sola curva en todo su diseño arquitectónico:

La Plaza del Estudiante, con la estatua de Sucre, el Libertador, y más abajo el "monobloque" de la Universidad Mayor de San Andrés:

Me doy la vuelta y saco una foto de la Avenida 16 de Julio, El Prado, inusualmente despejada:

El Conservatorio Nacional de Música, en la calle Reyes Ortiz, nuestro segundo hogar en La Paz:

El casco viejo de La Paz, constituye un conjunto desigual de edificaciones restauradas y casas más o menos en ruinas, espaciadas por los edificios modernos que aquí, como en tantos sitios, no tienen estilísticamente nada que ver con nada de cuanto los rodea. Desde la azotea del Museo de Etnografía y Folclore se aprecia una buena vista de la Plaza Murillo, con el Palacio Quemado, sede del Congreso al frente y la Catedral a la derecha.

El MUSEF, en Ingavi con Jenaro Sanginés, luciendo su hermoso balcón canario:

La iglesia de Santo Domingo, en la calle Ingavi con Yanacocha:


La única calle enteramente conservada y mantenida de toda la ciudad es la calle Jaen, corazón del barrio viejo, donde se alza la casa del mártir contra la dominación española, Pedro Domingo Murillo, y unos cuantos museos:

Al fondo, la ladera que sube a El Alto. En primer plano, un edificio con un perrito asomado:

La misma calle, desde otro ángulo:

La Paz no es una ciudad turística. La única zona que concentra al turismo es el casco viejo, especialmente la calle Sagárnaga, al otro lado de la Avenida Montes. En la Sagárnaga se encuentra la mayoría de las tiendas de artesanías. La cruza la calle Linares, también llamada "Mercado de las Brujas". La calle Sagárnaga sube por el flanco izquierdo de la iglesia de San Francisco.

Más arriba, pasada la avenida Illampu, la calle Sagárnaga se vuelve más popular y menos turística conforme nos aproximamos a la calle Max Paredes y a los puestos del Mercado Rodríguez, del cual ya he hablado en alguna ocasión.


Clásica imagen del tráfico urbano paceño, en la esquina de Max Paredes con Sagárnaga:


El cableado paceño, imagen que condensa multiples significados sociales:


Las inmediaciones de "la Pérez", zona comercial (hay pocas zonas que se escapen a esta denominación) cerca de la Iglesia de San Francisco. Los itinerarios de Jaime Sáenz, uno de los principales escritores paceños del siglo pasado, aunque todavía tengo pendiente, sin perdón, la lectura de su "Felipe Delgado". Las ruinas de las casas antiguas, que no dejan hueco para nuevas construcciones, sino que permanecen caídas, acogiendo quién sabe cuántos espectros.
-

Así hemos pasado un año en esta ciudad que ya se ha vuelto nuestra. Podría hablar de muchas otras cosas aquí, cosas importantes, pero prefiero terminar ya, con una foto tomada por María Ribes en una esquina cualquiera de la Avenida Mariscal Santa Cruz:


2 comentarios: